jueves, 7 de junio de 2007

5.- GUARDIANES DEL VALLE


Capítulo 5: La presencia
En la oscura explanada, el hombre agonizante meditaba.
-Llegó el momento, se equivocaron los médicos. En lugar de tres meses, viví siete años más. Muchos pagaron por los dolores de mi enfermedad; voy a morir en minutos
Miró hacia los rascacielos que tenía a la vista. Sintió una presencia, la misma que le había acompañado cada vez que se dispuso ha realizar alguna hazaña, donde caerían culpables e inocentes. El no se sentía creyente, ni siquiera supersticioso, pero presentía cosas que nunca logró explicarse con su negación de lo invisible; siempre asoció esa sensación con aquello que, en su juventud, experimentó en un zoológico: estaba distraído y al voltear, se encontró a pocos pasos de unos amarillos ojos que lo miraban; un enorme tigre de Bengala lo había estado observando desde la oscura profundidad de una jaula, la fiera saltó hacia él y se estrelló contra los barrotes; él no se movió, se quedó admirando los ojos amarillos que lo seguían escrutando, anticipando el sabor de su carne; no sintió miedo, ya no lo conocía, no quería sufrirlo.
El hombre cada vez más débil, siguió observando los rascacielos; además de la mirada del depredador, sintió otra y para su sorpresa, la memoria le trajo algo más: su primera visión del mar cuando apenas tenía diez años; esa vez se sintió tan pequeño que le dolió el pecho; una gran felicidad lo invadió, al presentir que algún día cruzaría ese océano y encontraría lo que calmaría su rabia y tristeza; con la lluvia mojándolo, y en el pecho estas contradictorias emociones, se dispuso a morir.

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