martes, 5 de junio de 2007

3.- GUARDIANES DEL VALLE


Capítulo 3: Anfiteatro
Llegaron a la azotea de uno de los más altos edificios de la ciudad, recuperaron sus anteriores formas y la mujer habló; usó una lengua tan antigua como el mar.
-¿Quién eres? Nunca te había presentido. Me llamo...- Dijo su nombre, un sonido que pronunciado por un ser humano le cubriría de fuerza y protección sobrenatural.
Sin mirarla, el visitante contestó:
-Soy más antiguo que tú, te conozco desde que naciste hace más de tres mil años. Frustraste uno de mis pasatiempos menos importantes, en La Ciudad de Esmeralda. Nunca pudiste percibirme, me doy cuenta que ahora tu poder ha aumentado. Mi nombre es...
Al pronunciarlo se desplomó la lluvia, el viento arreció, varios árboles, cayeron, dos vehículos chocaron, las luces de las calles se apagaron por un momento y la autopista quedó devorada por la negrura.
-¿Eras tú?-contestó ella. -Creí que te habías ido de este mundo, pensé que los magos del desierto te habían destruido.
-¿Destruirme? No eran tan fuertes, sólo me alejé; encontré diversión en ciudades más al norte- y continuó en tono de rabia:
-Muchas veces al derrotarte, te observé. No pudiste darte cuenta, no tenías suficiente poder- Rió hacia dentro, como tragando las carcajadas y la mujer preguntó:
-¿Qué has venido a hacer? ¿A quién sigues?- Habló como el llanto de un pájaro perdido en la noche.
En las azoteas de los alrededores, arrastrados por el viento, estaban llegando pájaros de variados colores, pétalos de flores, plumas sueltas, mariposas de claros tonos. Al descender recuperaron su aspecto de duendes; había de todos los tamaños y formas imaginables; en silencio, miraban hacia el edificio más alto con preocupación y firme decisión.
También estaban los duendes oscuros de la noche. Llegaron como aves nocturnas, murciélagos, insectos peligrosos, arrugados papeles y bolsas de desechos arrastrados por el viento. En las calles rodaba la basura por cunetas y aceras, figuras extrañas se desplazaban; animales callejeros, ratas, insectos rastreros, todos se apresuraban a tomar los mejores puestos de lo que prometía ser un gran espectáculo.
La mayoría de los habitantes de los edificios no percibieron nada extraordinario, pero las pesadillas y los malestares eran casi generales. Muy contados transeúntes, sin saber por qué, se apresuraron para regresar a sus hogares.
La mujer repitió las preguntas:
-¿Qué has venido a hacer? ¿A quién sigues?
El ente guardó silencio; ella por tercera vez y ahora con firme voz dijo:
-¿Qué has venido a hacer? ¿A quién sigues?-

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