sábado, 8 de marzo de 2008

43.- LUZ y El lecho de la bestia

Ya comenzamos a descubrir cosas horribles.
Vigila tu espalda.

Capítulo 43: El lecho de la bestia
Reidor no se asomó, permaneció aplastado al piso y con sus manos sobre una pierna de cada uno de los jóvenes; casi ni respiraba.
Abajo el espectáculo era estremecedor.
La mitad del suelo de la sala estaba cubierta de cuerpos, una multitud de terribles seres dormían unos sobre otros. Eran cuerpos inquietos, atacados por pesadillas, almas atormentadas.
El piso de piedra estaba cubierto de restos de de maíz, hojas secas y toda clase de suciedad. Los lechos de los durmientes eran gruesas aglomeraciones de barbas de mazorca, esos suaves filamentos parecidos a cabellos de oro. El resto de la cueva estaba ocupado por alimentos frescos, recolectados por los esclavos.
Muy cerca de algo enorme, a lo cual Rayo no pudo identificar en el primer momento, estaba echado Rompecráneos. Rodeado de sus guardaespaldas, roncaba y ocupaba el espacio de varios de sus compinches. Había otros muy grandes, pero no tanto como él. Rompecráneos se movió y emitió un sonido, una tos carrasposa.
Las dos manos de Reidor apretaron y halaron con firmeza, los tres temblorosos amigos retrocedieron y desaparecieron en el hueco. Sin emitir palabra se alejaron por el túnel madre en veloz carrera, y no fue sino hasta largo tiempo después cuando se detuvieron bajo La Piedra Salvadora. Se miraron unos a otros y exhalaron un suspiro de alivio
-¡Vi El Gran Libro! ¡El Gran Libro!- Gritaba Rayo, entonces Luz dijo:
-Cálmate Rayo, de verdad estoy emocionada como tú, y también aterrorizada.
La jovencita pensaba:
-Si no detenemos esto pasaremos generaciones en la esclavitud.
Reidor miraba a Rayo, intentando ocultar su tristeza, tenía los ojos empañados por las lágrimas y murmuró:
-El Gran Libro.

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