martes, 6 de mayo de 2008

58 y 59.- LUZ en Iluminado y Nuevos Cantos

Esos desconocidos. Sus figuras en la piedra se están convirtiendo en polvo. Una vez creyeron serían glorificados por siempre. Pobres ilusos.


Capítulo 58: El iluminado
Los asistentes a la ceremonia sufrieron un cambio pasmoso. Al tener a la vista, bajo la luz de la luna, al Gran Libro abierto de par en par, quedaron aturdidos; tenían los ojos fijos en un objeto jamás antes visto, ni esperaron verlo nunca en sus vidas; la histeria colectiva los poseyó y comenzaron a berrear como alucinados.
Cuando la luz de la luna cubrió El Gran Libro, Rompecráneos levantó los brazos. El enorme líder se mantuvo en esa posición y cayó el silencio, apenas herido por las respiraciones agitadas de la multitud. Una tormenta de olores les penetró la piel y se apretaron unos contra otros, convirtiéndose en una sola masa viva. Se oyó la voz.
Era una voz hipnótica, hechizante, letárgica, y dijo:
-Hoy es la primera Gran Ceremonia de La Luna, en la cual, por primera vez en todas sus vidas pueden ver El Gran Libro.
Rompecráneos se irguió frente al viejo volumen, pasó sus páginas con ceremonia, se detuvo en una de ellas y mirándola, profundo y meditativo, continuó.
-Está escrito: Sólo los elegidos podrán ver La Palabra.
Volteó hacia la paralizada multitud y gritó con más fuerza:
-¡Ustedes son los elegidos por mí para oír La Palabra! ¡Yo soy el enviado, véanme y óiganme leer El Gran Libro!
La muchedumbre se agitó, y permaneció en silencio. Corazones y pulmones producían un ruido de fondo arrebatador, este sonido fomentó aún más las emociones. Rompecráneos continuó:
-Cada uno de ustedes tiene ahora el poder, el poder de los anteriores mal llamados Maestros; ustedes pueden ir y venir por esta tierra sagrada; ustedes pueden ver El Gran Libro, pueden oírme al leerlo. Yo soy la voz del Gran Libro, les permito conocer el libro sagrado, donde nuestras leyes están escritas. ¡Yo soy el único intérprete de La Ley! ¡Yo soy la voz de La Ley!

Capítulo 59: Los Nuevos Cantos
Rompecráneos permaneció largo rato hablando, el discurso fue inculcando a la multitud la necesidad de ser orientados, llevados, dirigidos, por alguien destinado para ello.
Hasta los esclavos se agitaban al mismo ritmo, olvidaron por momentos los sufrimientos de ellos y sus mayores; creyeron, por instantes, tener un nuevo orden donde ahora sí apresarían sueños y ambiciones. No recordaban los sufrimientos, riesgos y muertes en los maizales. Creían poseer el poder de los Maestros del Gran Consejo: ahora podían ver El Gran Libro y caminar dentro de la cueva sagrada.
Los usurpadores y sus seguidores estaban en la gloria. El poder los embriagaba, la inquietud de saberse inferiores en número desapareció.
-Ahora si están en nuestras manos- Fue el pensamiento resonante en sus cabezas.
Se transmitían al oído:
-Los maizales son nuestros.
Sintiendo su efecto sobre la multitud, Rompecráneos continuó:
-Los oponentes a mi nuevo orden, como lo dice El Gran Libro, serán acorralados y destruidos. Todos tienen un deber sagrado: descubrir a los traidores. Los conspiradores traicionan El Gran Libro. ¡Yo soy la voz de la verdad, de la sabiduría! ¡Yo soy el guía, el camino de la gloria!
Los cercanos al orador iniciaron Los Nuevos Cantos. Las estrofas, repetidas una y otra vez, estamparon con sangriento fuego las mentes con las nuevas verdades; se incrustaron en sus cerebros aturdidos y se convirtieron en ideas comunes y corrientes. Estuvieron cantando hasta cuando la luna dejó de iluminar el interior de la cueva.
Regresaron a sus hogares, llenos de euforia, intoxicados de esperanzas, hinchados de poder, mintiéndose.

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