Capítulo 26: Luna la hermosa guerrera
Garras miró el cielo y la tierra, nada vio; olfateó el aire, nada percibió; su cuerpo le avisaba de un gran peligro. Entonces llegó el olor, la mezcla de olores; sus cicatrices enrojecieron; como una serpiente, llegó el lejano sonido: pasos suaves en la oscuridad, un grupo de extraños se movía en la llanura, venían en dirección del bosque.
En silencio, Garras subió más alto en la copa del árbol, se desplazó sobre una gruesa rama y dio un prodigioso salto hasta otro árbol. Allí repitió la maniobra; varias veces hizo lo mismo, hasta dejar lejos el refugio de Luz. Se situó a espaldas del grupo, los estudió unos momentos y luego descendió del árbol.
Eran los siete guerreros, los mismos del encuentro tiempo atrás en los límites de su terreno; transportaban cadáveres enemigos. Garras saludó:
- ¡Hola!
Los siete soltaron las cargas, giraron, listos a defenderse.
Luna, le reconoció:
-Eres bueno en las emboscadas, no te sentimos llegar.
Garras se recostó sobre el tronco del árbol y agregó:
-Descansaré un poco, más tarde continuaré el regreso.
Luna se acercó a Garras, el resto de la patrulla se echó sobre el suelo, al lado de los cadáveres; ella dijo:
-Era un grupo grande, los sorprendimos; lucharon, cuando cayeron los más agresivos, el resto huyó; no salimos malheridos. Están más audaces, su número aumenta. ¿Cuándo tendremos otra de tus agradables visitas?
Después de un momento de silencio, Garras Prometeo contestó:
-La próxima luna llena; me gusta visitarte a la luz de la luna. Adiós.
Garras se perdió en la oscuridad.
Ella lo vio alejarse, se irguió, levantó un cadáver y continuó la marcha. El resto de guerreros la siguió, cada uno con su macabra carga.
Desde su alto mirador, Luz vio y oyó todo; les siguió con la mirada hasta su desaparición en la llanura. Un rato después, sintió la presencia de su Maestro y luego le oyó llegar, silencioso, como el aire quieto. Garras dijo en voz baja:
-Luna habría entendido; los otros te habrían atacado.
Capítulo 27: La misión de su vida
El tiempo siguió pasando, Luz progresó a grandes saltos; los abuelos Cantador y Serena aprendieron a leer y escribir.
En un fresco atardecer, leían y conversaban; el maestro Helio dijo:
-Luz, llegó el momento de tu regreso.
Garras Prometeo levantó la mirada del libro y concentró su atención en la conversación. Los abuelos se pusieron de pie, asustados, exclamaron al mismo tiempo:
-¡Iremos contigo!
Helio argumentó:
-Esta es su misión, está preparada; sola estará más segura.
Helio miró a los abuelos, ellos se situaron al lado de Luz; Garras Prometeo continuó mirando el libro.
-Garras, no debes internarte más allá del río, por ahora. No debes seguirla, atraerías sobre ella la mirada de los enemigos.
Luz se puso de pie y mirando a los ancianos, dijo:
-Volveré abuelos, traeré noticias de su hija, mi madre; sabremos que pasó con ella y mi padre.
Garras miró el cielo y la tierra, nada vio; olfateó el aire, nada percibió; su cuerpo le avisaba de un gran peligro. Entonces llegó el olor, la mezcla de olores; sus cicatrices enrojecieron; como una serpiente, llegó el lejano sonido: pasos suaves en la oscuridad, un grupo de extraños se movía en la llanura, venían en dirección del bosque.
En silencio, Garras subió más alto en la copa del árbol, se desplazó sobre una gruesa rama y dio un prodigioso salto hasta otro árbol. Allí repitió la maniobra; varias veces hizo lo mismo, hasta dejar lejos el refugio de Luz. Se situó a espaldas del grupo, los estudió unos momentos y luego descendió del árbol.
Eran los siete guerreros, los mismos del encuentro tiempo atrás en los límites de su terreno; transportaban cadáveres enemigos. Garras saludó:
- ¡Hola!
Los siete soltaron las cargas, giraron, listos a defenderse.
Luna, le reconoció:
-Eres bueno en las emboscadas, no te sentimos llegar.
Garras se recostó sobre el tronco del árbol y agregó:
-Descansaré un poco, más tarde continuaré el regreso.
Luna se acercó a Garras, el resto de la patrulla se echó sobre el suelo, al lado de los cadáveres; ella dijo:
-Era un grupo grande, los sorprendimos; lucharon, cuando cayeron los más agresivos, el resto huyó; no salimos malheridos. Están más audaces, su número aumenta. ¿Cuándo tendremos otra de tus agradables visitas?
Después de un momento de silencio, Garras Prometeo contestó:
-La próxima luna llena; me gusta visitarte a la luz de la luna. Adiós.
Garras se perdió en la oscuridad.
Ella lo vio alejarse, se irguió, levantó un cadáver y continuó la marcha. El resto de guerreros la siguió, cada uno con su macabra carga.
Desde su alto mirador, Luz vio y oyó todo; les siguió con la mirada hasta su desaparición en la llanura. Un rato después, sintió la presencia de su Maestro y luego le oyó llegar, silencioso, como el aire quieto. Garras dijo en voz baja:
-Luna habría entendido; los otros te habrían atacado.
Capítulo 27: La misión de su vida
El tiempo siguió pasando, Luz progresó a grandes saltos; los abuelos Cantador y Serena aprendieron a leer y escribir.
En un fresco atardecer, leían y conversaban; el maestro Helio dijo:
-Luz, llegó el momento de tu regreso.
Garras Prometeo levantó la mirada del libro y concentró su atención en la conversación. Los abuelos se pusieron de pie, asustados, exclamaron al mismo tiempo:
-¡Iremos contigo!
Helio argumentó:
-Esta es su misión, está preparada; sola estará más segura.
Helio miró a los abuelos, ellos se situaron al lado de Luz; Garras Prometeo continuó mirando el libro.
-Garras, no debes internarte más allá del río, por ahora. No debes seguirla, atraerías sobre ella la mirada de los enemigos.
Luz se puso de pie y mirando a los ancianos, dijo:
-Volveré abuelos, traeré noticias de su hija, mi madre; sabremos que pasó con ella y mi padre.
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