Cuatro
gatos y Barbarrel
Tres gatos negros avanzan por el bosque. Una sombra
los sigue sin dejarse ver.
—
¿Cuánto falta? —maulló Kafar, uno de los tres felinos.
—El
cuervo graznó bien claro, debemos viajar por la Selva Oskura hasta llegar al
otro lado —contestó Farfa, el segundo de ellos.
— ¿Habrá
más interesados? —preguntó el tercer gato, de nombre Ñakar.
—El
cuervo lo repitió varias veces —rezongó Kafar—, recuerden sus graznidos: “Barbarrel,
la bruja de la Selva Oskura, requiere un gato negro, hábil para trabajar bajo
presión y con público agresivo; buen ingreso e incentivos”
Los
amigos, conocidos como los tres mosqueteros, ahora ascendían por terreno
boscoso.
—Algo
nos sigue —maulló Farfa—, desde que salimos me pareció ver una sombra.
—Porqué
no lo dijiste —gruñó Kafar.
—Tengo
miedo —gimió Ñakar.
—Vamos a
emboscarlo, trotemos un poco y nos escondemos —bufó Kafar, ahora menos regañón;
estaba muy asustado pero nunca lo confesaría.
Así lo
hicieron, durante un rato trotaron cuesta arriba, de repente, cuando Kafar dio
la orden, se escondieron detrás de árboles enormes y nudosos. Aunque era
temprano ya estaba oscureciendo y su negro pelaje los ocultaba con facilidad.
Segundos
después una mancha dorada apareció con precaución y maulló.
—Están
escondidos. Salgan, salgan —chilló una y otra vez una joven gata amarilla.
Los tres
gatos negros saltaron al centro del claro. Ella permaneció tranquila y tomó
asiento en la hierba.
—Voy al
mismo lugar que ustedes —ronroneó con tranquilidad.
Los tres
gatos negros abrieron ojos y boca por la sorpresa, se miraron unos a otros y
comenzaron a reír. El ataque de risa era tan fuerte que se revolcaban en la
hierba, abrazados entre ellos. La gata amarilla los miraba sin participar de
tanta alegría. Mientras tanto una oscuridad misteriosa seguía aumentando en la
Selva Oskura.
Ñakar se paró frente a la gata, controló
su siguiente carcajada y maulló con dificultad para no sonreír demasiado,
aunque el temblor de su bigote no se detuvo.
—Muchachita,
el cuervo graznó bien claro: “un gato negro”, no: “una gata amarilla”
—Es
ridículo —agregó Farfa—, imagina: tú sobre la mesa de Barbarrel, al lado de
ollas humeantes, rodeada de calaveras oscuras y velas negras. Desentonas por
completo.
Kafar se
adelantó muy cerca de la gata.
— ¿Niña,
de dónde vienes y cómo supiste de la llamada de la bruja Barbarrel? —gruñó,
fingiendo seriedad.
—El
cuervo graznó el mensaje por encima del caserío —contestó la gata amarilla—, lo
oí desde el techo de una choza y mi nombre es Lucerito.
La
explosión de carcajadas fue mayor que la anterior. La gata amarilla permaneció
impasible, mientras los tres gatos negros lloraban de risa.
— ¿Te
imaginas el gato de una bruja con el nombre Lucerito? —chilló uno, con voz
atiplada por las carcajadas.
—Gato
no, gata —maulló otro, y las risotadas arreciaron.
—Y
amarilla —pudo el tercero aullar, mientras se enjugaba lágrimas sobre los
bigotes.
La negrura
terminó de caer sobre la Selva Oskura, nubes gruesas no dejaban pasar luz de
luna. La misteriosa oscuridad sólo dejaba ver los cuatro pares de ojos
amarillos.
Entonces
una voz raspante y chillona vibró en la selva.
—No
hablen más, no parpadeen o los convertiré en ratas y serán perseguidos por zorros
y lobos hambrientos.
Los cuatro gatos
quedaron paralizados de terror. Nunca antes la habían visto ni oído, pero
estaban seguros que la bruja Barbarrel había llegado.
Alrededor de ellos
comenzaron a moverse sombras sin forma, mucho más oscuras que un gato negro. Con
sus largos bigotes cada felino sintió la cercanía de pelambres, ásperas como
las escobas; el olor de bestias extrañas se metió en sus narices, ronquidos
amenazadores les dejó sin respiración.
En secuencia, tres de
los cuatro pares de ojos amarillos se apagaron. Quedó sólo uno, brillante y
fijo, sin parpadear. Transcurrió un largo momento, mientras los gruñidos de las
bestias hediondas se repetían.
Entonces sonó una
larga carcajada, similar a un aullido.
—Muy bien, quedó uno.
Puedes parpadear —bramó la estremecedora voz en la oscuridad.
El par de ojos
amarillos parpadeó, varias veces y con rapidez. Algo parecido a un suspiro de
alivio sonó muy suave.
La bruja Barbarrel
había creado una negrura muy intensa, tampoco ella podía ver la figura del gato
que permanecía con los ojos abiertos.
— ¿Porqué viniste? —preguntó
la voz de Barbarrel.
—Quiero estar al
servicio de Barbarrel, la bruja de la Selva Oskura —maulló un gato.
— ¿Porqué?
—Para aprender
—volvió a maullar el gato.
—Pregunté por qué, no
para qué —gruñó la bruja.
—En mi familia
existió un antepasado muy importante, trabajó para una bruja. Yo quiero
continuar la tradición —explicó el gato, entre cortos y largos chillidos.
— ¿Para qué? —bufó la
bruja.
—Quiero ser una gata
poderosa.
— ¿Una gata? ¿Eres un
gato y quieres ser una gata?
—No, no. Soy gata y
quiero ser poderosa.
Barbarrel rugió con
fuerza.
— Yo pedí gatos, no
gatas. Hace muchos siglos no tenía tan cerca una de ustedes. Había olvidado su
olor.
La voz de la gata
sonó tímida al preguntar.
— ¿Porqué sólo gatos?
Se repitió el bufido
de rabia.
—Es la tradición
—entonces meditó un instante y continuó con voz más calmada—; tienes valor, podrías
servir, una gata negra se parece mucho a un gato negro y nadie se dará cuenta.
—Soy una gata
amarilla —contestó, con voz más segura, la voz de la gata.
Se repitió el bufido,
pero no tan fuerte.
— ¿Amarilla? Bien, en
la oscuridad hasta a una bruja le puedes parecer un gato negro, como los
famosos Gargañel, Karkazóan o el terrible Panfechel, eran grises y nadie lo
notó; sus nombres hacían estremecer a los más feroces ogros.
La gata casi no la
dejó terminar de hablar.
—Mi nombre es Lucerito.
El rugido sonó una
vez más.
— ¿Lucerito? ¿Eres
una gata amarilla y tu nombre es Lucerito? No reúnes ninguna de mis exigencias
—de nuevo meditó antes de continuar—; pero tienes valor. ¿Por qué crees que
debería contratarte?
Lucerito maulló con rapidez.
—Porque eres la bruja
Barbarrel y puedes cambiar las costumbres que no sirven para nada. En el suelo
están desmayados tres aspirantes, ellos cumplen con los requisitos de la
tradición, pero no funcionan.
Barbarrel ronroneó
complacida.
—Muy bien, Lucerito.
Sígueme.
—No te veo —chilló
Lucerito.
Las nubes dejaron
pasar algo de luz de luna. La bruja resultó ser una mujer con cabellera color
violeta, caminaba como una sombra entre los árboles del bosque.
— ¿Y ellos? Siguen
desmayados —maulló Lucerito, señalando los tres gatos negros tendidos en el
suelo.
—No sirven —gruñó Barbarrel.
—Son valientes
—maulló con suavidad la gata amarilla—, a pesar de su miedo vinieron hasta aquí
porque te admiran, su mayor sueño es trabajar a tu lado.
La bruja se quedó
mirando los tres pequeños bultos negros, y bufó con aspereza.
—Serán tus ayudantes.
Más tarde vendrá el cuervo para avisarles.
Los cuatro gatos, Kafar,
Farfa, Ñakar y Lucerito, sirvieron a Barbarrel durante sus siete vidas y fue
creada una nueva tradición: gatas y gatos de todos colores en los castillos de
las brujas.