martes, 31 de julio de 2007

KO, LA ETERNIDAD


En un atardecer de Agosto, el monje Hiroshi entrenaba dos acólitos en un juego llamado Go; inclinado sobre el tablero cuadriculado, señaló con el dedo un espacio vacío entre dos piedras negras y dos blancas, ellas formaban un diamante.
-Este sitio, si tú Aikira, lo ocupas con tu piedra blanca, capturas la negra; quedará la figura Ko, la eternidad.
En el templo aferrado a la mitad de la ladera del Fuji Yama, los monjes están aislados de la vorágine del mundo; después de jugar, el pálido Aikira miró a Peter Kenji, un muchacho de rasgos mestizos. Peter tenía la vista clavada en la piedra negra que acaba de perder, intentó colocar otra, el monje Hiroshi detuvo su mano y explicó:
-No puedes jugar allí mismo; también lo repetirá Aikira y luego tú hasta la eternidad. Juega en otro sitio y en la siguiente jugada podrás vengar tu piedra perdida. Así es la regla del Ko.
A cientos de kilómetros al oeste del Fuji Yama, cerca de Hiroshima, dos soldados desarrollaban una partida de Go. Ozu y Mashiro, son unos jóvenes campesinos de la más reciente recluta del ejército. Ozu dijo:
-Planteaste un Ko; te has apresurado Mashiro, aún no hemos llegado al juego medio; mira el gran territorio que abarcas sin fortalecer tus fronteras; mala estrategia.
Mashiro no contestó y retiró la piedra blanca capturada; esperaba en silencio, sin parpadear; pensó:
-Ozu estás sorprendido, tengo el sente, la iniciativa; cuando un ejército lo pierde, su derrota está cercana.- y tomó una piedra.
El soldado Ozu, jugó en una esquina donde estaban acorraladas varias de sus piedras; esperaba vengar la pieza perdida, una vez sofoque la crisis creada con su invasión al territorio de Mashiro.
Más al oeste, en Nagasaki, dentro de un palacio particular, el general Ogawa está saboreando su trago de sake; frente a él, Miri una joven geisha, tomó con sus dedos índice y corazón una brillante piedra blanca; con destreza y elegancia, la colocó en el tablero y la hizo sonar con dulzura contra el bloque de madera. Con la misma distinción, retiró una piedra negra y la abandonó al lado de otras, sus prisioneros.
El general habló sin apartar la vista del tablero.
-Miri, sobreestimas tu poder; ese Ko, me será fácil ganarlo; no me importa perder unos cuantos soldados más, te debilitas al ampliar tu territorio- el militar dejó el sakasuki vacío sobre una mesa; el brazo derecho lo había perdido, semanas atrás, en un accidente entrenando pilotos kamikaze.
Miri siguió con la vista el movimiento de la piedra negra en los dedos del general; con un sonoro chasquido, quedó agazapada en la frontera más débil de su territorio; entonces ella dijo:
-Mi gran señor, aunque tu contraataque es poderoso, no has vengado la piedra muerta; ten cuidado, tal vez tengo un gran secreto en mi estrategia.
El general Ogawa acarició la espada y pensó:
-Ese Ko dentro de mi territorio debo anularlo; sacrificaré unas piezas más, cuando quiebre sus fronteras partiré en dos su gran dragón; después será fácil, arrasaré sus fortalezas y en el combate vida o muerte la someteré.
La noche cubrió la montaña sagrada, el Fuji Yama quedó rodeado por la oscuridad; dentro del templo, los jugadores y su maestro se iluminaban con lámparas de aceite y mantenían cerradas las ventanas; el tablero está abarrotado de piedras, cada uno de los combatientes posee un gran número de prisioneros. Con una larga y profunda inspiración, el viejo monje dijo:
-Un segundo Ko está planteado, exige de cada uno de ustedes aumentar la presión sobre el contrario.
Al suroeste de Hiroshima, los soldados Ozu y Mashiro ríen en la casi total oscuridad del recinto militar; Mashiro golpeó con la palma de la mano el hombro de Ozu y dijo:
-Qué gran reto, dos Ko en el tablero, va a ser una larga noche; estamos frente a una lucha de voluntades.
En el mismo momento, en el palacio de Nagasaki, el general miró a la geisha y habló:
-Con este segundo Ko fatigaré tu resistencia, prepárate, tengo más años que tú y más experiencia en la guerra; no me arredran las pérdidas, venceré.
La joven, en silencio, plantó otra piedra blanca y pensó:
-Tienes razón, aunque soy más joven, te comprendo; tú orgullo es mi aliado, cuento con eso en mi estrategia de batalla.
Está amaneciendo, el anciano monje Hiroshi se había quedado dormido; abrió los ojos y al estudiar el tablero intentó hablar; no salió sonido alguno de su boca; cuando lo logró, temblando levantó ambas manos y recitó una extraña historia, como si fuera una letanía:
-En 1582 el general Toyomi Hideyoshi, a las órdenes de Oda Nobunaga, no lograba vencer los enemigos; ese mismo año, en el templo Honnoji en Kyoto, Oda Nobunaga organizó un encuentro entre dos maestros de Go; un triple Ko se presentó en el fragor de la partida y el juego fue abandonado; no es posible cerrar tres Ko, cada jugador podrá vengar la piedra que pierde, por siempre, por siempre; esa misma noche, Nobunaga ordenó al general Akechi Mitsuhide relevar a Hideyoshi; Akechi tenía la intención de traicionar a Nobunaga. Cuando llegó al río Katsura, por encima de las turbulentas aguas, gritó a Toyomi Hideyoshi: “Mi enemigo está en el Honnoji;” avanzó sobre Kyoto, capturó el templo Honnoji y forzó a Oda Nobunaga al suicidio ritual.
Los monjes se mantuvieron en silencio y el maestro continuó hablando entre sollozos.
-El general Toyomi Hideyoshi continuó lo que Nobunaga le había ordenado, venció ejércitos y se lanzó sobre Kyoto; con su espada mató a Akechi Mitsuhide luego de una enorme y sangrienta lucha. Desde ese día, sabemos que el triple Ko anuncia destinos nefastos.
Los dos acólitos ayudaron a levantarse al maestro.
En el mismo momento, al suroeste de Hiroshima, los soldados Ozu y Mashiro miraban sorprendidos el tablero de Go; Ozu dijo:
-¿Cómo llegamos a un tercer Ko? Tenemos que abandonar la partida, ninguno de los dos puede ganar. Mala suerte.
En la penumbra interior del palacio particular, en Nagasaki, el general Ogawa murmuró con amargura.
-Un tercero y sorpresivo Ko; parece haberse gestado por sí mismo, si esto hubiera ocurrido en una guerra real merezco la muerte.
La geisha Miri agregó.
-Ambos fallamos. Siento malos augurios en el aire.
Eran las 8:16 de la mañana del 6 de Agosto de 1945, una bomba atómica cayó sobre Hiroshima.

jueves, 5 de julio de 2007

LUNA AZUL SOBRE EL MAR


La pared se nos vino encima, el autobús de pasajeros saltó empujado por la ola de agua; los gritos no se oyen, el ruido de la tormenta los ahogó; un hombre, desde la ventana de una casa, nos está filmando, lo vi cabeza abajo; no es él somos nosotros, estamos volteados. Ramón tenía agarrado mi pelo y con el otro brazo a José el mayor y a Lucía, ella lloraba con la boca cerrada, yo apretaba a Mariana, había tomado leche de mi pecho mientras esperábamos escampara en la laguna que se formó sobre la carretera frente al mar. Dimos varias vueltas, caímos sobre carros amontonados, el agua nos arrastra y sube de nivel; agua amarilla, negra y marrón, como café; no sé cómo, llegué al techo del autobús, más abajo Ramón agarró a José y lo montó arriba de un carro con otras personas, él no sabe nadar, se fue braceando tras Lucía, el agua la lleva junto con mucha gente, se hundió y no lo vi más. Lucía agarró un sofá que pasaba y en eso le cayó encima un tanque de agua, de una de las quintas que se derrumbó; otro carro golpeó al que mi hijo José había llegado, todos se hundieron en el agua sucia. El autobús se detuvo; vi al hombre de la cámara cuando la casa le cayó encima, los escombros vinieron contra nosotros; el autobús aguantó los golpes y allí estaba yo, sola, apretando a Mariana, ella no lloraba, me miró y me pareció que tenía cincuenta años; la niña estaba entendiendo todo, se despidió de mí con una sonrisa; el autobús se volcó, quedé abrazada a un poste, pasó un tiempo largo y llegó la oscuridad; todo está negro; con la luz de los relámpagos, vi de donde venía el torrente; no quedaban casas, a mi lado muchas personas pasan gritando, otros ya están ahogados. El ruido de las piedras aumenta; las vi desde lejos, grandes como carros, levanté a Mariana encima de mi cabeza; llegaron las piedras.
***
La luz del sol me despertó, llovía, yo estaba enredada con cables de electricidad arriba de un montón de arena y piedras, a todos lados vi trozos de personas; me solté y comencé a caminar, pensando: Ramón está en el rancho con José, Lucía y Mariana. Sentí dolor en los pies, no tenía zapatos; abrí un carro volteado y descalcé a una señora, estaba dormida con los ojos abiertos y la boca llena de barro. Olvidé todo y seguí caminando.
***
Era de noche, el aeropuerto lo vi muy abajo, dije: estoy en la autopista. Tengo una botella vacía de agua mineral y un pedazo de pan en las manos; no pasan carros, sobre el mar vi una luna grande y redonda, azul, azul como un vidrio. Recordé y grité, lloré mirando la luna y abrí los brazos, le pedí me devolviera mis amores; lloré, lloré, me dormí en la tierra mojada.
***
¿Cuánto tiempo ha pasado? Es de noche, estoy bajo un puente, frente a mí veo el río Guaire, está crecido, llueve; estoy sucia, uñas largas, mi cabello duro de mugre; hay luces que brillan sobre el río, parecen adornos, deben ser para buscar cadáveres. Oigo música, hay restaurantes lujosos del otro lado del río; conozco esa melodía; miro al cielo, allí está la luna azul; me oigo gritando, llorando, pidiéndole me devuelva mis amores; oigo unos quejidos entre las matas, arrastrándome bajé el terraplén, llegué hasta la orilla del río sucio y hediondo; una perra está pariendo. Son tres perritos lindos como niños, ella me miró asustada, mostró los colmillos, cambió de opinión y bajó las orejas; me acerqué, le pasé la mano por la cabeza, saqué una morcilla rancia de entre mi ropa y senos, se la di, le doy agua de una botella amarrada a mi cintura; me atrevo a levantar uno de los perritos, el más negrito como Mariana; me lo acerco al pecho, ya no tengo leche, el niño se quedó tranquilo y la mamá cerró los ojos, cansada, confiada. Del otro lado del río, los cantantes repiten:
I heard somebody whisper “please adore me”
And when
I looked the Moon had turned to gold.

(Alguien murmuró “por favor adórame”
Y entonces
Yo miré la luna, se había vuelto color de oro.)